[FONT="Georgia"][SIZE="3"][COLOR="DarkRed"]Hebreos 11:7

[I][U]El relato de un vecino.[/U]

Hubo un hombre llamado Noé. Yo lo conocí. Era una persona rara. No se parecía a ninguno de los hombres y mujeres de su época.

El ser diferente en cualquier sociedad resulta un estigma. Todos quieren ser parte de algún grupo, estar integrados. El que por cualquier razón es diferente, es mal mirado. Así que los diferentes buscan agruparse, para integrarse con otros que sean similares.

Pero Noé era un raro solitario. Era el último de una raza en vías de extinción. Era alguien que conservaba la chispa de la fe en Dios. Tenía convicciones tan firmes que le hacían vivir diferente. Se distinguía del resto de la humanidad por tener conciencia de Dios.

Un día Noé se despertó con una idea loca. Un emprendimiento absurdo. Un esfuerzo descomunal sin sentido. Empezó a vaticinar sucesos alocados, decía que deberíamos imitar lo que él hacía, porque corríamos peligro.

Nadie quiso dar crédito a los desvaríos de Noé. Por momentos nos hizo vacilar a algunos de nosotros, porque recordábamos las historias contadas por los ancianos que vivieron casi en el principio de todo. Ellos hablaban de Dios, como si lo hubieran visto, pero ya había pasado tanto tiempo, que nos costaba demasiado imaginar siquiera cómo puede ser que Dios realmente existiera, y que le interesara lo que hacíamos.

Dejamos a Noé, pobre hombre, serruchando maderas, clavando tirantes, calafateando, y nos ocupamos de nuestras cosas. Estuvo acarreando troncos durante semanas, fue a los pozos de asfalto a buscar brea. Nos parecía lo más triste que hubiera involucrado a su familia en toda esta locura.

Teníamos demasiadas cosas importantes que hacer. El trabajo, los negocios, las celebraciones familiares, las diversiones. "No perdamos más tiempo escuchando a este loco", decíamos. Y pensábamos que algún día vendría Noé a rogarnos ayuda.

Porque Noé había descuidado su vida para dedicarse a construir eso, que nadie sabía qué era. Como una casa enorme, pero sin ventanas, alta, pesada, pero con un piso prolijamente armado. Era increíble ver cómo en tan poco tiempo había hecho tanto. Pero ¿para qué sirve eso?

Al cuarto día de la lluvia nos fuimos dando cuenta. Porque el agua empezó a cubrir nuestras casas. Pero no entró agua en eso que hizo Noé. Por el piso, por la bres, por el cuidado que había puesto, por la sabiduría del diseño. Cuando recordamos los anuncios que hacía el justo Noé, ya era tarde.

No entendimos. No lo vimos. Claro, sólo teníamos ojos para las cosas palpables. Fuimos incapaces de darnos cuenta que había cosas más importantes, invisibles. Noé vio lo que iba a venir, y sus hechos fueron los más apropiados. Ahora es innegable.

Noé nos puso en evidencia. Por la fe dedicó su vida a una meta verdaderamente valiosa. Y por la fe de Noé resulta justa nuestra condenación. Nada podemos argumentar: podríamos haber creído.[/I][/COLOR][/SIZE][/FONT]