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Una de romanos

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Enviado el 14-nov-2017 a las 11:49 por Quim

"Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas".

Puede que el título te haya confundido y hayas pensado que esto va a parecerse a un Péplum, pero no.
El caso es que he estado leyendo, me he tropezado con este texto... y ya no he podido seguir leyendo con tranquilidad.
¿O sea que toda autoridad ha sido establecida por Dios? ¿Siempre ha sido así?
¿En todas partes y en todas las épocas?
A bote pronto se me ocurren algunos nombres que me descolocan: Hitler, Stalin, Videla, Mussolini, Pinochet, Pol Pot, Leopoldo II, Calígula, Milosevic, Franco...
Pero no hace falta mirar hacia atrás para que este versículo me incomode. Basta con mirar la actualidad, a nuestro propio gobierno, con sus chanchullos, estafas, robos y, todavía peor, impunidad e inoperancia ante el sufrimiento de millones de personas (ciudadanos, dicen ellos) para llegar a cuestionarme eso de que "...y las que hay, por Dios han sido establecidas".
Ya ni te cuento si me pongo a pensar en las multinacionales que fomentan la ¡esclavitud! de trabajadores, en las grandes fortunas cuyo único objetivo es el de seguir amasando riqueza a toda costa y pisando a quien haga falta, en la sobreexplotación de los recursos naturales para beneficio de unos pocos... y en que no hay quien ponga coto a tales infamias.
Y no me pasa sólo con la política. En la iglesia también me he tropezado con gente que, todo y estar por encima de mi, ya sea por su cargo, ya sea por su ministerio o qué sé yo, no ha sido un ejemplo de cómo deben hacerse las cosas, precisamente.
Tiene que haber una explicación. ¿Autoridades puestas por Dios? Deben serlo, pues lo dice su palabra, pero no me cuadra.
Y como no me cuadra, pregunto.
- Señor, no dudo que siempre hablas la verdad y que cuando dices algo, así es. Pero no entiendo cómo es posible que cierta gente tenga autoridad y que, encima, tenga que someterme a ella.
- Harás bien haciéndolo - me dice-.
- Pero es que...
- No hay peros. No hay ésques. Yo los pongo, tú te sometes. ¿Fácil, verdad?
- Tiene que haber algo más...
- Sí, claro que lo hay. Hay bendición si obedeces y maldición si no lo haces. Quien se opone a la autoridad, a mí se opone. Sabes que no me gusta tener que dar explicaciones a cambio de tu obediencia. Quiero que confíes en mí. Sabes (¡ya lo sabes!) que las explicaciones, si es que decido dártelas, vienen después -quizás mucho después, quizás nunca- de que te hayas puesto en marcha. Las cosas ocurren porque yo lo permito, cuando yo lo permito, con quien yo permito y como yo las permito. Puede que a tí no, pero a mí sí que me encaja. Todo está controlado. Confía.
Por cierto, ¿Te acuerdas de Cobo?
- ¿Que si me acuerdo de Cobo? ¡Cómo olvidarlo!

Abro paréntesis: (Hice el servicio militar en un cuerpo de elite. No, no te voy a contar batallitas, ni te lo digo para que pienses que soy Rambo; solo es para contarte quien era, el tal Cobo. El caso es que durante un año, cinco días a la semana, nos levantábamos bien prontito, pero que bien prontito, para correr montaña arriba, montaña abajo, antes de empezar nuestras tareas. A veces decidían que era buena idea hacerlo con las mochilas y el armamento a cuestas. Como estoy escribiendo para la iglesia, no voy a reproducir los comentarios y deseos que tal iniciativa despertaba en nosotros, los que teníamos que sudar la gota gorda para obedecer las órdenes de un sádico. ¿Su nombre? Cobo, efectivamente.
Solo era un teniente, pero en ese cuerpo un teniente era como un mini dios. Sus palabras se obedecían. No se cuestionaba (al menos públicamente) ni una coma. Tuve la oportunidad de ver qué pasaba cuando algún mentecato se atrevía a desviarse de lo ordenado. Te aseguro que la visión de las consecuencias garantizaba mi obediencia ciega de por vida).

- Vaya, tú si que sabes el botoncito que hay que tocar para hacerme entender...
- Es que te conozco. Te he creado yo, ¿recuerdas?
- Ahora me doy cuenta de lo que quieres decir. El tal Cobo, aún y no siendo una mala persona, que no lo era, tomaba decisiones que nos molestaban un tanto, por lo que podía haber quien pensara mal de él y de gran parte de su familia. Nos sobraban los motivos para no tenerlo en gran estima. Pero era la autoridad. Sin cuestionar. Ya comprendo...
- Eso es lo que quiero. No me importa si la autoridad se la doy a alguien que te cae mal. No me importa si es bueno, o malo. No me importa si estás de acuerdo o no. No me importa si crees que se equivoca o que acierta. No me importa si crees que te hace sufrir. Lo que me importa, lo único que me importa, realmente, es que obedezcas mis palabras. Que respetes a quien tienes que respetar y honres al que tienes que honrar. Si por su actitud o por cualquier otro motivo tengo que tratar con él, no es asunto tuyo. ¿Tú sabes acaso si su actuar se debe a instrucciones mías? Tanto si es así como si no, tú obedece y me ahorraré el tener que tratar contigo.
- Está bien, tienes razón, como siempre. Sólo quiero tratar contigo a buenas. A malas me das miedo.
- Por nada del mundo te quiero dar miedo. Por nada del mundo quiero tratar contigo a malas. ¿Cómo va a ser, si te amo con todo mi corazón? ¿Cómo va a ser, si no escatimé ni a mi propio hijo? ¿Cómo va a ser, si mi voluntad, mi deseo, es prosperarte en todas las cosas? Si pido obediencia es porque sé lo que tengo preparado para tí, y la obediencia es la clave para podértelo dar. Nada me gusta más que bendecirte; lo estoy deseando, pero el cumplimiento de mis planes en tu vida depende en gran medida de tu obediencia. Así está dispuesto y sólo así puede hacerse. Y te adelanto que mis planes van a gustarte. Te recuerdo que te conozco mejor de lo que tú te conoces a tí mismo y, por lo tanto, sé lo que necesitas para sentirte pleno, para ser totalmente feliz.
- Entendido. Mantenerme respetuoso y solícito con las autoridades. Oye, pero ¿y en los casos de gente que, aún y siendo autoridad, se comportan como criminales? Sólo los que he citado al principio mataron a millones y millones...
- Es necesario que cosas así ocurran. Sólo puedo decirte esto: Hay cosas y tiempos que deben cumplirse.
Pero creo que estás de suerte, porque no has tenido que tratar con ninguno de ellos, ¿no?
- Ciertamente. Te agradezco haber nacido donde y cuando lo he hecho. En cuanto a su existencia, para mi seguirá siendo un misterio. Tú sabrás.
- Yo sé. O sea que, por lo demás, obedece, no te opongas a la autoridad, honra al que debes honrar. De éste modo me estarás honrando a mí.
- ¿Y a quien debo honrar?
- Eres muy gracioso. Ya lo sabes: a todos. Como si todos fueran superiores a tí. Y, especialmente, a todo el que trabaja para mi obra. Yo los he puesto. Soy yo el que va en busca de los obreros para mi mies. Los llamo y vienen.
Te dejo, que tengo cosas que hacer, pero hasta que volvamos a hablar piensa en esto: cuando os hacían correr montaña arriba, montaña abajo, cuando pensabais que os estaban fastidiando, haciéndoos sudar la gota gorda, y creíais que lo hacían para, simplemente, manteneros ocupados, lo que realmente estaban haciendo era asegurarse de que estuvierais en condiciones físicas óptimas. ¿No se trataba de un ejército? Querían estar seguros de poder sacar el máximo partido de todos vosotros, llegado el caso.
Aplícalo a lo espiritual, cuando te asalten dudas acerca de la idoneidad, para un puesto, de Fulanito o de Menganito, o cuando no te cuadre algo proveniente de alguno de mis siervos, a ver si le encuentras sentido.
Ya me dirás.
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