PARA EXPRESAR IDEAS, SENTIMIENTOS... Y ALGÚN QUE OTRO DESEO.
Del hijo pródigo.
Enviado el 13-Apr-2017 a las 10:50 por Quim
Muchas veces me pongo a considerar el cambio substancial que he experimentado desde aquel día en el que decidí seguir, de verdad, a Jesús.
Tardé mucho. Infinidad de cosas que ahora no haría; infinidad de cosas que haría de otra manera...
Transito mucho, a diario, por Barcelona, y es raro el día en el que no pase por alguna calle, plaza o barrio que no evoque en mí el recuerdo de alguna travesura.
Cuando eso ocurre, cada vez que ocurre, siento una oleada de agradecimiento porque veo esos lugares como la cantera de la que fui excavado, como la roca de la que fui tallado.
Y me pongo a pensar en el hijo pródigo. Yo, como él, malgasté dones, tiempo, (¡vida!) en lugares y situaciones que no servían para nada. Y a mí, como a él, el Padre me recibió con los brazos abiertos y sin sombra de reproche cuando las sombras parecían devorarme. Tremenda lección de amor.
He vuelto a visitar esa casa, veinte años después. El hijo menor se ha convertido en un hombre, con mayúsculas.
Es solícito con el padre, paciente, atento y amable con el servicio; sabe condescender con el que se equivoca y en su mirada y en su gesto se adivina el agradecimiento. Agradecimiento por todo lo que su padre pone a su disposición. Ha aprendido a valorar en su justa medida aquello que es valioso.
Y es que sabe muy bien el frío que puede llegar a hacer afuera...
Sin embargo, el hijo mayor sigue siendo el mismo.
¡Que extraño es el hombre! Muchas veces, para valorar algo en su justa medida, primero tiene que experimentar su ausencia.
Tardé mucho. Infinidad de cosas que ahora no haría; infinidad de cosas que haría de otra manera...
Transito mucho, a diario, por Barcelona, y es raro el día en el que no pase por alguna calle, plaza o barrio que no evoque en mí el recuerdo de alguna travesura.
Cuando eso ocurre, cada vez que ocurre, siento una oleada de agradecimiento porque veo esos lugares como la cantera de la que fui excavado, como la roca de la que fui tallado.
Y me pongo a pensar en el hijo pródigo. Yo, como él, malgasté dones, tiempo, (¡vida!) en lugares y situaciones que no servían para nada. Y a mí, como a él, el Padre me recibió con los brazos abiertos y sin sombra de reproche cuando las sombras parecían devorarme. Tremenda lección de amor.
He vuelto a visitar esa casa, veinte años después. El hijo menor se ha convertido en un hombre, con mayúsculas.
Es solícito con el padre, paciente, atento y amable con el servicio; sabe condescender con el que se equivoca y en su mirada y en su gesto se adivina el agradecimiento. Agradecimiento por todo lo que su padre pone a su disposición. Ha aprendido a valorar en su justa medida aquello que es valioso.
Y es que sabe muy bien el frío que puede llegar a hacer afuera...
Sin embargo, el hijo mayor sigue siendo el mismo.
¡Que extraño es el hombre! Muchas veces, para valorar algo en su justa medida, primero tiene que experimentar su ausencia.
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