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De mis derechos y razones

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Enviado el 31-May-2020 a las 18:50 por Quim

Hebreos 12:1-4
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;


Jesús es el autor de la fe.
Es el autor porque Él es la causa primera y última de la fe. Es por Él que creemos y es en Él en quien creemos. Jesús es la razón de ser de la fe.
En Hebreos 11 la fe se define como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, pero necesito algo que me ayude a concretar más.

Y lo encuentro. Santiago dice que la fe sin obras es muerta.
Entonces entiendo que la fe es movimiento. Es acción. La fe trabaja, lucha, se esfuerza. No existe tal cosa como una fe estática, inmóvil.
Y Gálatas dice que la fe obra por el amor. Si la fe sin obras es muerta y la fe obra por el amor, entiendo que el amor sin obras no es más que un molesto ruido. Como de metal que resuena o címbalo que retiñe.

Alguna vez he ofendido a alguien, y alguna vez he hablado sin tener razón. En estos casos es fácil: pides perdón, intentas arreglar lo que hayas roto y listos.
Pero, ¿os ha pasado alguna vez que, teniendo razón, habéis tenido que callar? ¿O que, sin haber ofendido a nadie habéis tenido que pedir perdón?
A mi sí. Y por eso sé lo que cuesta. Algo se despierta dentro que reclama mi derecho y pide explicaciones, y que se rebela contra la idea: Pero ¿por qué tengo que pedir perdón si no he hecho nada? ¿Por qué me tengo que callar si tengo razón?
Y a veces le preguntaba a Dios: ¿Es que no has visto lo que ha pasado?

Y Dios me responde y me dice: ¿Tú crees que tengo el control de todo? Cuando alguien dice: "Dios tiene el control de todo", tú dices amén. SABES que tengo el control de todo lo que pasa en tu vida. SABES que todos tus cabellos están contados y que no cae uno solo sin mi permiso. SABES que Yo cuido de ti. SABES que todo a tu alrededor está diseñado para moldearte.
Pero a veces necesitas ayuda. Y en mi Palabra la encuentras: "Considerad a Aquél que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo"...

Cuando estuvo en la tierra Jesús solo hizo el bien. Fue la expresión perfecta del amor. Sin embargo, experimentó el desprecio, la calumnia, incluso el dolor físico. Y lo que creo que le dolió más en la cruz: la absoluta soledad. Incluso el Padre apartó su mirada de Él.
¿Tenía derecho a quejarse? ¿Tenía derecho a preguntar el motivo de tanto dolor, si solo se había portado bien con todos?
Pues no solo se calló ( Is. …como cordero fue llevado al matadero (…) y no abrió su boca...), sino que además pidió perdón por ellos. (Lc. Padre perdónalos porque no saben lo que hacen).
En esos momentos en los que tu yo se levanta para protestar, mira a Jesús, pon los ojos en Jesús, y considera su ejemplo. Él menospreció la ofensa, menospreció el oprobio (el oprobio es ofensa pública), lo tuvo en poco, porque su objetivo era mayor. Y lo tenía delante de sus ojos. Ese objetivo éramos tú y yo.

Las últimas palabras de alguien suelen ser importantes. Cuando sabes que vas a morir no cuentas chistes ni te vas por las ramas. Vas al grano y lo que dices es algo que esperas que los que oyen lo guarden en su corazón, como una instrucción vital. Un testamento.
Jn. 15. Jesús está a punto de morir. Son los últimos momentos que pasa con los discípulos. Y les dice lo que considera que es más importante:
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado”.
Aquí no habla acerca de derechos o de razones. Habla de amor. De ese amor que es sufrido y que no busca lo suyo. De ese amor que no se irrita, que no guarda rencor y que todo lo espera y que todo lo soporta. Y continúa: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.
Jesús es el consumador de la fe.
La fe obra por el amor y el mayor acto de amor que ha visto la historia es el de Aquel justo que, sin merecerlo, cargó sobre Él todo el pecado de la humanidad, el pasado, el presente y el futuro, todo, para que tú y yo pudiéramos estar hoy aquí. Cuando dijo “consumado es”, dejó el listón de lo que es el verdadero amor allá arriba, hasta el cielo. Está alto…
Y yendo más allá. Porque no se limitó a poner su vida por sus amigos: la puso por sus enemigos. Por toda aquella gente que gritaba: “crucifícale, crucifícale”, por toda aquella gente que jamás creyó el Él. Por los que le escupían, por los que le golpeaban, por los que le abandonaron. Incluso por aquellos que reclaman derechos y reclaman razones.
Si el gozo puesto delante de los ojos de Jesús éramos tú y yo, y sufrió lo que sufrió, hasta la sangre, hasta la muerte, y por eso aguantó lo que aguantó, el gozo que tenemos nosotros delante de nuestros ojos, al alcance de la mano, es el de ser transformados a la imagen de Cristo para que Él pueda vivir a través de nosotros y nosotros podamos vivir la vida como Él vivió, objetivo que, si lo pensamos bien, vale cualquier sacrificio.
La próxima vez que te toque callar cuando tengas razón o tengas que pedir perdón por algo que no has hecho, si se levanta algo en tu corazón en contra de eso, pon los ojos en Jesús, y considera su ejemplo.
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