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Del verdadero amor.

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Enviado el 25-Apr-2020 a las 09:08 por Quim

Buenos dias.
Es un placer saludar a la iglesia desde aquí. Espero que todos estéis bien.
Quiero compartir una reflexión. Si algo tenemos en estos días raros es tiempo para pensar, y pensando, he visto claramente algo que os voy a explicar.

No amo a Dios. Al menos no le amo como se merece. El me creó por amor. Incluso se dejó matar por mi. Me sustenta, me cuida, me bendice, me permite ver un nuevo día y cada día me sorprende con sus maravillas. Me ha dado una familia que me ama...Y, cuando se trata de ver cómo respondo a ese amor, sinceramente, no doy la talla.
Me he dado cuenta de que en mi corazón hay cosas que no son dignas de un hijo de Dios.

Soy consciente de lo grave de la situación que estamos pasando. Me entero de la cantidad de gente que lo está pasando mal, de la gente que ha caído y de la gente que está pasando necesidad. Y me apena, pero ya está.
Después de sentir un poco de lástima, vuelvo a la burbuja de seguridad de la que, gracias a Dios dispongo, y sigo con mi vida. No siento quebranto en mi corazón, no siento la urgencia, la desesperación que hay en el mundo; después de un momento de sentir lástima retomo mi vida como si nada de esto fuera conmigo.

Si mi meta en la vida es la de parecerme cada vez más a Jesús, algo estoy haciendo mal. El se compadecía de la gente. Él sentía dolor en su corazón cuando veía necesidad. Y aún hoy lo hace. Yo no.

No siento un dolor real que me haga clamar al cielo por tiempos de refrigerio. Yo vivo muy cómodo. Si mi meta es amar como Él ama, algo estoy haciendo mal.

Doy gracias a Dios por este tiempo porque gracias a estar confinado me he dado cuenta de algo que quizás en la rutina diaria no hubiera visto. Y he dicho rutina a propósito. Rutina en mi casa, rutina en mi trabajo, rutina en las reuniones de la iglesia, rutina general en mi vida. Rutina, rutina, rutina. Y la peor de las rutinas: rutina en mi relación con Dios.

Puedo estar con Dios mientras conduzco, alabando, meditando en algún versículo... Puedo estar con Dios mientras trabajo, consciente de su presencia mientras arreglo esto o instalo aquello... Puedo estar con Dios mientras como, o me ducho, o me afeito, o voy a comprar, y está bien. Claro que está bien.
Pero no es suficiente. En todos estos casos estoy compartiendo a Dios con alguna otra cosa. No estoy con Él. Estoy con Él, pero con actividades que me distraen. Tengo que estar atento al tráfico, tengo que estar atento a los cables y tengo que estar atento también para no cortarme la cara. También en las reuniones. Sé que vamos a cantar, a oír la Palabra (cuando la oigo), y que luego voy a saludar a un par o tres de hermanos (que Dios te bendiga) y me voy a ir para casa. Hasta la semana que viene. Rutinas.

Dios no quiere eso. A Dios no le gusta eso. Dios quiere que cada día sea especial, nuevo, fresco, sorprendente y luminoso. La rutina es enemiga de Dios porque me hace creer que estoy haciendo las cosas bien. Y no. Es en situaciones como esta que estamos pasando que descubro cómo está en realidad mi corazón. Dios ha derramado su amor en mi corazón pero no fluye como debiera.

Y he aquí el porqué.
Demasiado ruido. En mi corazón hay demasiado movimiento, demasiadas cosas que se interponen. Demasiados pensamientos, ocupaciones y deseos. Demasiado pensar, demasiado yo.
Dios quiere que me calle. Que me olvide de todo, incluso de mi mismo. Que use esa paz que me ha dado para acallar mi voz. Que se haga el silencio para poderle oír a Él.

Y haciéndolo, oigo que me dice que siente celos. Celos de las cosas que se interponen entre nosotros. Cosas que dejo que hagan que nuestra relación no sea una relación de esposos, sino solo de amistad. Si, si, te quiero, pero solo como amigo.
Y Él no quiere eso. Él quiere ser en mi, y que yo sea en Él. Y eso no se logra si no hay tiempo de calidad. Tiempo en el que solo estemos Él y yo. Sin cosas por en medio que me distraigan.

Apartarme un rato a solas, y estar en silencio. No querer llevar yo la iniciativa. Dejar que el espíritu Santo sea el que dirija. Escuchar el silencio. Es en el silencio donde mejor se escucha su voz. Silencio alrededor y silencio en mi interior.
Haciendo esto voy a ser capaz de entender realmente como es el amor de Dios. Haciendo esto voy a aprender a fluir en ese amor, voy a sentir en mi propio ser el dolor del mundo y entonces voy a ser realmente consciente de la urgencia, de la necesidad, y de que estoy en este mundo para hacer algo.

El arma más poderosa para afectar al mundo y a todos los que me rodean, es el amor. Y ¿cómo voy a afectar a nadie si no dejo que ese amor fluya? Es en la intimidad con Dios que aprendo a hacerlo. Haciendo eso mi corazón estará preparado para ser útil.

No importa como esté. A veces no me siento digno para estar ante aquel que es tres veces santo. Pero es un engaño. La sangre de Cristo me hace digno.

Afortunadamente Dios, que sabe lo limitado que soy, me dice que puedo acercarme confiadamente al trono de la Gracia, no me echa en cara mi torpeza, donde encontraré el oportuno socorro.
Tenemos libertad para acercarnos a Él. Y Él está deseando que lo hagamos.

Y hasta aquí.
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